Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir. Honoré de Balzac
Paralizante y cegadora fuerza es la Vanidad.
El vanidoso alimenta un ego desmedido moviéndose entre la autocomplacencia, el narcisismo y la pretenciosidad.
Su pecado es la arrogancia y la soberbia, menospreciando a los demás a quienes considera inferiores.
No hay que confundir autoestima con vanidad. Ya que ésta última se queda en lo aparente, en lo superficial mientras que la autoestima emana del interior y da valor intrínseco a la persona.
Quien sufre de vanidad necesita constantemente vanagloriarse para buscar el refrendo y reconocimiento ajeno.
Cómo líderes son fácil presa del populismo y la autocracia. No soportan la crítica; son frívolos , superficiales y complacientes con tal de recibir los halagos y reconocimientos que tanto ansían y precisan para suplir su propia vacuidad y evanescencia.