Hay quien, como Napoleón, dice que una retirada a tiempo es una victoria; soy de los que piensan que no es así. Una retirada a tiempo es siempre el reconocimiento de una derrota en la que se consigue minimizar las pérdidas o como coloquialmente se dice “salvar los muebles”.
Pero qué difícil es reconocer ese
momento crucial en el que hay que retirarse, ese momento en el cual el tiempo de uno ha pasado.
Si bien es lícito y plausible
luchar por lo que uno ha conseguido, por defender el proyecto en el que uno
cree y ha trabajado, por evitar que a uno le descabalguen; en la práctica de
poco sirve exhibir defensas numantinas y aferrarse al cargo. Cuando uno empieza
a formar parte del problema en lugar de la solución es el momento de pensar en
hacerse a un lado y “pasar palabra”.
¿De qué sirve pensar en
confabulaciones, buscar culpables y señalar faltas ajenas?. Es mejor ceder el
testigo a tiempo y dejar un legado sobre el que construir el futuro que
empecinarse contra viento y marea en mantenerse .
Hay que tener valor para decir "adiós" y no pensar que uno es
imprescindible; todo tiene un comienzo y un fin. Lo importante es reconocerlo y
estar dispuesto a echarse a un lado. No por presiones ni imposiciones sino por
el convencimiento propio y ajeno que es lo mejor para todos.
De ahí la importancia de buscar
un sucesor, de ir preparando y dando oportunidades a otras personas para que puedan tomar el relevo, cuando las
circunstancias lo aconsejen, sin traumas y con naturalidad.
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