La Rana sorda
Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo.
Cuando vieron cuan hondo era el hoyo, le dijeron a las dos ranas en el fondo que para efectos prácticos, se debían dar por muertas. Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras ranas seguían insistiendo que sus esfuerzos serían inútiles.
Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió. Ella se desplomó y murió. La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible. Una vez mas, la multitud de ranas le Grito que dejara de sufrir y simplemente se dispusiera a morir. Pero la rana saltó cada vez con más fuerza hasta que finalmente salió del hoyo.
Cuando salió, las otras ranas le preguntaron: "¿No escuchaste lo que te decíamos?" La rana les explico que era sorda. Ella pensó que las demás la estaban animando a esforzarse más y salir del hoyo.
Especial es el individuo que toma tiempo para animar a otros.
La aldea y la vaca
Un sabio con su discípulo llegaron a una aldea cuyos habitantes solo tenían una vaca. Su leche era todo lo que tenían para alimentarse, y de ella vivían. ¿ Cómo podemos ayudarlos ? preguntó el aprendiz. Mata a la vaca, fue la respuesta. Pero morirán de hambre, es lo único que tienen. Es lo único pero no es suficiente. Mata a la vaca. El jóven obedeció a regañadientes y ambos siguieron su camino. ¿ Por qué me has ordenado esto ?, reclamaba apenado el novicio. Llegado el momento lo comprenderás. Justo una año después, el maestro propuso regresar a aquella aldea. Grande fue la sorpresa del discípulo cuando, contra todo lo que temía, se encontró con un pueblo feliz y próspero. ¿Qué ha sucedido aquí ?, exclamó dirigiéndose al líder. Que ellos te lo cuenten. Y uno de los aldeanos tomó la palabra: CuaNdo descubrimos muerta a nuestra vaca, supimos que ya no podríamos vivir de su leche. Entonces buscamos una solución. Nos dimos cuenta de que estas tierras eran fértiles, así que sembramos trigo. Comimos una parte de la producción y vendimos el resto, y con ese dinero compramos unos animales. Ahora somos agricultores y vivimos mejor que nunca.
de Pequeñas Historias para grandes momentos de Walter Salama.
El árbol de los amigos
Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple
casualidad de haberse cruzado en nuestro camino.
Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar mas
otras apenas vemos entre un paso y otro. A todas las llamamos amigos y hay
muchas clases de ellos.
Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos.
El primero que nace del brote es nuestro amigo papa y nuestra amiga mama,
que nos muestra lo que es la vida.
Después vienen los amigos hermanos, con quienes dividimos nuestro espacio
para que puedan florecer como nosotros.
Pasamos a conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien.
Mas el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían
a cruzarse en nuestro camino.
A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón.
Son sinceros, son verdaderos. Saben cuando no estamos bien, saben lo que nos
hace feliz.
Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón y entonces
es llamado un amigo enamorado. Ese da brillo a nuestros ojos, música a
nuestros labios, saltos a nuestros pies.
Mas también hay de aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas Vacaciones o
unos días o unas horas.
Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el
tiempo que estamos cerca.
Hablando de cerca, no podemos olvidar a amigos distantes, aquellos que están
en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre
una hoja y otra.
El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de
nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas
estaciones. Pero lo que nos deja mas felices es que las que cayeron
continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de
momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.
Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad.
Hoy y siempre. Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es
única.
Siempre deja un poco de si y se lleva un poco de nosotros.
Habrá los que se llevaran mucho, pero no habrá de los que no nos dejaran
nada .
Esta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que
Dos almas no se encuentran por casualidad.
Jorge Luis Borges
El cielo y el cuervo
Un cuento del Bhagawat Purana:
Una vez volaba un cuervo por el cielo llevando en su pico un trozo de carne
Otros veinte cuervos se pusieron a perseguirle y le atacaron sin piedad.
El cuervo tuvo que acabar por soltar su presa. Entonces, los que le
perseguían le dejaron en paz y corrieron, graznando, en pos del trozo de carne.
Y se dijo el cuervo " Qué tranquilidad....! Ahora todo el cielo me pertenece"
Decía un monje Zen :
" Cuando se incendió mi casa pude disfrutar por las noches de una visión sin obstáculos de la luna"
Anthony De Mello " El canto del Pájaro "
El País de las cucharas largas
Este pequeño país consta solo de dos habitaciones llamadas
Negra y Blanca para recorrerlos, debe avanzar por el pasillo
hasta que éste se divide y doblar a la derecha si quiere visitar
la habitación Negra, o a la izquierda si lo que quiere es visitar
la habitación Blanca."
El hombre avanzó por el pasillo y el azar lo hizo doblar primero
la derecha. Un nuevo corredor de unos cincuenta metros
terminaba en una puerta enorme. Desde los primeros pasos por
el pasillo, empezó a escuchar los "ayes" y quejidos que venían
de la habitación Negra.
Por un momento las exclamaciones de dolor y sufrimiento
lo hicieron dudar, pero siguió adelante. Llegó a la puerta, la
abrió y entró.
Sentados alrededor de una mesa enorme, había ciento de
personas. En el centro de la mesa estaban los manjares mas
exquisitos que cualquiera podría imaginar y aunque todos tenían
una cuchara con la cual alcanzaban el plato central... se estaban
muriendo de hambre. El motivo era que las cucharas tenían el
doble del largo de su brazo y estaban fijadas a sus manos. De ese
modo todos podían servirse, pero nadie podía llevarse el alimento
a la boca.
La situación era tan desesperante y los gritos tan desgarradores,
que el hombre dio media vuelta y salío casi huyendo del salón.
Volvió al hall central y tomó el pasillo de la izquierda, que iba a la
habitación Blanca. Un corredor igual al otro terminaba en una puerta
similar. La única diferencia era que, en el camino no había quejidos,
ni lamentos. Al llegar a la puerta, el explorador giró el picaporte y
entró en el cuarto.
Cientos de personas estaban tambien sentados en una mesa igual a
la de la habitación Negra. Tambien en el centro había manjares
exquisitos. Tambien cada persona tenia una larga cuchara fijada a su
mano...
Pero nadie se quejaba ni lamentaba. Nadie estaba muriendo de hambre,
porque todos... ¡se daban de comer unos a otros!
El hombre sonrió, se dio media vuelta y salió de la habitación Blanca.
Cuando escucho el "clic" de la puerta que se cerraba se encontró de
pronto y misteriosamente, en su propio auto, manejando camino a Parais...
De Dejáme que te cuente Jorge Bucay
¿A quien llevas en tus hombros?
Dos monjes que regresaban a su templo llegaron a un arroyo donde encontraron a una hermosa mujer que no se atrevía a cruzarlo , temerosa porque el arroyo había crecido y la corriente era fuerte.
Uno de los monjes, el mayor, casi sin detenerse, la alzó en sus brazos y la llevó hasta la otra orilla.
La mujer le agradeció, ya que su hijo estaba gravemente enfermo y ella necesitaba cruzar ese arroyo para verlo, y los hombres siguieron su camino.
Después de recorrer tres días el otro monje, el joven, sin poder contenerse más, exclamó: "¿ Cómo pudiste hacer eso, tomar una mujer en tus brazos ?.
Conoces bien las reglas..." y otras cosas por el estilo.
Respondió el monje cuestionado con una sonrisa : " Es posible que haya cometido alguna falta, pero esa mujer necesitaba cruzar ese arroyo para ver a su hijo. Yo solo crucé a la mujer y la dejé en la otra orilla. "¿Pero que te pasa a vos, que ya pasaron tres días del episodio y aún la llevas a cuestas?".
Yo la dejé del otro lado del arroyo
¿Quién es el ciego?
Aquel año el invierno neoyorquino se extendió lánguidamente hasta fines de abril. Como vivía sola y era ciega, tendía a permanecer en casa gran parte del tiempo.
Por fin, un día el frío desapareció y entró la primavera, llenando el aire con una fragancia penetrante y alborozadora . Por la ventana de atrás, un alegre pajarito gorjeaba con persistencia, invitándome a salir.
Consciente de lo caprichoso que es abril, me aferré a mi abrigo de invierno pero, como una concesión al cambio de temperatura, dejé mi bufanda de lana, mi sombrero y mis guantes. Tomando mi bastón de tres picos salí alegremente al pórtico que lleva directamente a la calle. Levanté la cara hacia el sol, dándole una sonrisa de bienvenida en reconocimiento por su calidez y su promesa.
Mientras caminaba por la calle cerrada donde vivo , mi vecino me saludó con un "hola" musical y preguntó si deseaba que me condujera a alguna parte. "No, gracias" respondí. " Mis piernas han estado descansando todo el invierno y mis articulaciones necesitan desesperadamente de ejercicio, así que iré caminando".
Al llegar a la esquina aguardé, como era mi costumbre, a que alguna persona me permitiera atravesar con ella la calle cuando el semáforo estuviera en verde. El sonido del tráfico me pareció un poco más largo que de costumbre, y sin embargo, nadie se ofreció a ayudarme.
Permanecí allí pacientemente y comencé a canturrear una melodía que recordaba. Era una canción de bienvenida a la primavera que había aprendido de niña en la escuela.
De repente, una voz masculina, fuerte y bien modulada, me habló :
"Parece un ser humano muy alegre", dijo. "¿Me daría el placer de acompañarla al otro lado de la calle?".
Adulada por tanta caballerosidad, asentí sonriendo, musitando un "sí" apenas inteligible.
Con amabilidad me rodeó el brazo con su mano y bajamos de la acera. Mientras avanzábamos lentamente, habló del tema más obvio -el clima- y qué bueno era estar vivo en un día como aquel.
Caminábamos al mismo paso y era difícil saber quién conducía a quién.
Apenas habíamos llegado al otro lado cuando una y otra vez comenzaron a escucharse las impacientes bocinas; seguramente había cambiado el semáforo.
Dimos algunos pasos más para alejarnos de la esquina.
Me volví hacia él para agradecer su ayuda y su compañía. Antes de que hubiera pronunciado una palabra, me habló:
"No sé si sabe", dijo, "qué grato es encontrar a alguien tan alegre como usted que acompañe a un ciego como yo a atravesar la calle".
Aquel día de primavera ha permanecido en mi memoria por siempre.
Charlotte Wechsler
En Pequeños Milagros, libro de Yitta Halberstam/Judith Leventhal
¿Por qué gritan las personas?
Un dia Meher Baba preguntó a sus mandalies lo siguiente: ¿por qué las personas se gritan cuando estan enojadas? Los hombres pensaron unos momentos : porque perdemos la calma
Pero ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? preguntó Meher Baba; ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿por qué gritas a una persona cuando estás enojado?. Los hombres dieron algunas otras respuestas pero ninguna de ellas satisfacía a Meher Baba.
Finalmente él explicó: Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.
Luego Meher Baba preguntó: ¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Ellos no se gritan sino que se hablan suavemente... ¿Por qué? Porque sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña. Meher Baba continuó: -Cuando se enamoran aún más ¿Qué sucede? No hablan, sólo susurran y se acercan mas en su amor. Finalmente no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo! Así es ¡cuán cerca están dos personas cuando se aman!
Luego Meher Baba dijo: Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen, no digan palabras que los distancien más, llegará un día en que la distancia sea tanta que no encontrarán más el camino de regreso.
El verdadero valor
Un joven concurrió a un sabio en busca de ayuda. - Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más? El maestro, sin mirarlo, le dijo: - ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar. - E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-. - Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas. El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. ¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda. - Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo. - ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo: - Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo. - ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-. - Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente... El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido. - Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.
El Árbol de los problemas
El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Las cosas no le salieron muy bien, su cortadora eléctrica se dañó y lo hizo perder una hora de trabajo y su antiguo camión se negaba a arrancar.
Ofrecí llevarlo a su casa y mientras íbamos en camino permaneció en silencio. Una vez que llegamos me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación: su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. Posteriormente, me acompañó hasta el auto. Cuando pasamos cerca del árbol sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que le había visto hacer un rato antes. Él me contesto: ese es mi Árbol de problemas. Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez.
-Lo divertido es-, dijo sonriendo,...
que cuando salgo en la mañana a recogerlos, ni remotamente hay tantos como recuerdo haber dejado la noche anterior.
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